martes, 25 de marzo de 2014

Cuando la sonrisa desaparece

Ya os hablé de los días de locos, desquiciantes de la vida mamá empresaria en otra entrada, estos momentos que sientes la adrenalina a tope, pero en el fondo de tu corazón disfrutas capeando el temporal, te sientes con energías para solucionar todo lo que se ponga por delante.

Pero de vez en cuando llegan momentos que el disfrute desaparece y solo queda el estrés. Estoy atravesando un momento así. De vez en cuando me pasa, no sé si es algo personal o le ocurre a más personas. Normalmente disfruto con lo que hago, a pesar de la incertidumbre, la tensión y las muchas horas que trabajo. Porque es mi elección, me gusta esta forma de  vida, nadie me ha obligado a elegirlo.
A pesar de pensar así, tengo días (o semanas...) cuando es la inercia que me impulsa hacía delante, no las ganas, cuando cada tarea me parece muy difícil, las cosas tienden a complicarse, mis relaciones con mi entorno se tensan y caigo en un espiral de malestar. Y es cada vez peor hasta llegar un momento (ayer por la tarde) que siento que no me sale nada bien, pero como tengo ansias de hacer, una lista interminable de tareas sigo y sigo - soy bastante cabezota - cada vez menos efectiva y peor hasta que ocurre algo que me para. Ayer, un día primaveral soleado, después de 7 horas sin levantar la vista del ordenador sin mirar ni siquiera por la ventana, tenía la sensación que en vez de solucionar cosas tengo más y más trabajo por delante, no lo voy a terminar nunca y todo lo que ha hecho durante los últimos días no han servido de nada, no soy capaz, no lo hago bien... De repente oí un trueno avisando que llega una tormenta. Tengo 30 minutos andando hasta mi casa y no llevaba paraguas. El mundo entero estaba contra mí. Al salir de la oficina me dí cuenta que no tenía llave de casa... Suena una tontería, pero mi marido con mi hija estaban de viaje y no había nadie que me pueda abrir mi propia casa... Al final se solucionó el tema, no tenía que dormir en un banco en el parque :-)
Pero la situación me dio a pensar. Ver desde perspectiva mis últimos días y darme cuenta que estoy atravesando una época de mucho estrés y no lo estoy llevando bien. Que estoy dejando que el estrés sea que gobierne mis actos y no la aprovecho que me de energías para hacer más y mejor, sino dejo que me quite las ganas. Hago las cosas sin pensar, sin meditar, un poco de aquí, un poco de ahí, no me centro... No paro de pensar en el trabajo, día y noche. Que he dejado de sonreír, de disfrutar, no me daba cuenta que los árboles están floreciendo, no me he reído con mi hija hace días. TENGO QUE PARAR.  Aunque tenga muchas cosas pendientes, estoy en la mitad de una campaña, necesito desconectar, coger un día de fiesta (pero fiesta de verdad, cuando no se abre el ordenador, no se mira el correo...) y cargar pilas. Porque para mí uno de los aspectos básicos de la vida emprendedora es el disfrute. Es el que me empuja a quitar horas extras de mi tiempo libre y dedicarlas a mi proyecto, aunque haya tareas que no me gusten. Tiene que ser el disfrute y no el estrés. Aunque creo que esto debe ser así en todos los aspectos de nuestra vida, en la área profesional parece más aceptado que hagas algo que no te guste... pero no creo que sea sostenible a largo plazo.
Así que he decidido coger un día o dos de fiesta, disfrutar de las pequeñas cosas y volver con fuerzas renovadas.

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